Mi trayectoria profesional se ha nutrido del trabajo con mujeres, juventudes y comunidades, donde he promovido espacios de cuidado psicoemocional, resiliencia y construcción de proyectos de vida con sentido.

Concibo la terapia como un espacio que no solo acompaña procesos de sanación, sino también un lugar para tramitar y elaborar sentires, para depositar pensamientos, ansiedades y alegrías, y para sentirse acompañado tanto en medio de la crisis como en tiempos de calma y paz.

Mi práctica parte de una visión psicológica holística que reconoce a la persona en su complejidad humana, sus vínculos y su contexto social, cultural y político. Entiendo la clínica como un espacio vivo en el que caben tanto el caos como la alegría, sin tropezarse, permitiendo que cada experiencia tenga lugar en el proceso terapéutico.

Como mujer negra, mi postura ética y política se sostiene en la herencia de un cuidado que hemos cultivado en nuestras comunidades a través de la palabra, el abrazo y la capacidad de mirar hacia adelante incluso en medio de la adversidad. Esa raíz me ha regalado una manera particular de comprender la salud mental: no solo como un proceso individual, sino como una apuesta colectiva y política de transformación, donde sanar también significa resistir, reconstruir y crear nuevos sentidos de vida.